El crecimiento de población en algunos lugares del planeta se ha disparado en las últimas décadas. Esto significa que han aumentado las bolsas de pobreza, las enfermedades epidémicas y la fragilidad de muchas poblaciones ante determinados fenómenos catastróficos (Huracanes, terremotos y maremotos. El tsunami de finales de 2005 costó la vida de casi 300.000 personas, mientras en Japón estos fenómenos son cotidianos y no provocan víctimas).
Las previsiones de los modelos demográficos apuntan a que el planeta estará poblado por 11 mil millones de personas a finales del siglo XXI y por entonces el crecimiento se detendrá. Demasiado lejos, casi un siglo, y demasiadas amenazas que inquietan hoy día, pero estas cifras significan una esperanza en la lucha contra el hambre y la pobreza y la guerra, al menos mientras no tengamos una tecnología que permita la explotación de los recursos sin daño para el planeta o se reparta la riqueza de un modo más equitativo, lo que está lejos de producirse.
No se podrá alimentar a la población con los mismos procesos productivos que utilizamos hoy día (plaguicidas, componentes nocivos de los productos, etc.) lo que reforzará el reto a la investigación en el que estamos inmersos.
Descompensaciones entre recursos y crecimiento demográfico en determinadas zonas de la tierra provocan éxodos masivos, círculos viciosos de pobreza y nuevas amenazas relacionadas con la inmigración y el choque cultural. Y detrás de las amenazas relacionadas con la población, casi siempre el problema de fondo sigue siendo el mal reparto de la riqueza en el mundo.
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