La caída del muro de Berlín y la desaparición de la URSS han significado no sólo el fin de la Guerra Fría, sino un cambio fundamental en la concepción de la política y en la geoestrategia mundial. La falta de una alternativa al capitalismo ha hecho desaparecer el fantasma de una guerra mundial, pero han aparecido focos de conflictos locales que responden a un nuevo reparto de la hegemonía mundial.
Después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, se han producido estallidos bélicos puntuales (y las llamadas “guerras de baja intensidad”) que tienen como pretexto la lucha contra el terrorismo internacional, el narcotráfico o las amenazas a la paz mundial, pero realmente responden a la pugna por el control de la riqueza, los recursos energéticos y sus estratégicas áreas de tránsito.
La política ha dejado de estar controlada por los gobiernos y en última instancia por el pueblo. Los poderes financieros y, unidos a ellos, los poderes mediáticos, son hoy día los amos del mundo, y los Estados apenas si pueden ser algo más que cómplices de sus negocios. Poco puede hacer la ONU y otros organismos mundiales para evitar conflictos cuando están en juego los beneficios de las empresas multinacionales.
La democracia y el respeto a los derechos humanos sigue siendo un bonito sueño para la humanidad, pero están muy lejos de ser firmes realidades en el mundo. Muchos países simplemente no respetan estos derechos, incluyendo algunos de los más avanzados de la tierra. De otros ni siquiera se dispone de información.
Ante la falta de soluciones, parece abrirse paso una nueva conciencia planetaria y toman la iniciativa de los cambios asociaciones como Amnistía internacional, movimientos antiglobalización, ecologistas y ONGs (Organizaciones No Gubernamentales) que canalizan la solidaridad internacional. |