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El fuego en la mitología clásica |
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Acerca del fuego, Hesíodo refiere el mito de Prometeo en dos de sus obras, la Teogonía y Los trabajos y los días, precisando la distinción que supone la existencia de un fuego natural, atribuido por él a los dioses y, como máxima figura del panteón olímpico, concretamente a Zeus, y el posterior control del fuego logrado por los hombres, que adjudica a Prometeo.
En cierto modo, es la distinción real entre la existencia del fuego en la naturaleza de forma espontánea, bajo diferentes fenómenos como las erupciones volcánicas, los incendios producidos por rayos, etc., y el avance tecnológico del control del fuego protagonizado ya en el Paleolítico por el género humano.
Y es curioso comprobar cómo, al relatar el mito, Hesíodo alude a la antigua creencia de que el fuego se encontraba dentro de los árboles al surgir por fricción entre dos maderas, al tiempo que menciona la cañaheja, denominada ferula communis, cuyo tallo tiene una médula blanca y seca en la que el fuego arde lentamente sin apagarse, como la planta umbelífera utilizada por Prometeo y que según Hesiquio era empleada para trasladar fuego de un lugar a otro.
Sin embargo, quizás lo más sugerente del mito, destinado a justificar el final de una era dorada, un paraíso terrenal, con todos los parabienes de los dioses y el inicio de una época en la que, por causa del mal comportamiento de la Humanidad, personificada por el astuto y osado Prometeo, prevalecerá el sufrimiento, el esfuerzo y, en definitiva, el trabajo, sea la primacía que en el transcurso de la vida humana, al menos en la Antigüedad, tendría el laborioso cultivo de la tierra y, especialmente, el fuego.
Un fuego “técnico”, fruto de un procedimiento intelectual, que se convierte en el sello específico de la cultura humana. Y como sus artífices, mortal, por lo cual necesita ser encendido, avivado, mantenido y vigilado, ya que su desencadenamiento incontrolado podría deparar funestas consecuencias.
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