A comienzos del siglo XX el imperio ruso presentaba claros síntomas de crisis política, económica y social. La declaración de guerra de Rusia a Japón en 1904 por disputas territoriales, y su derrota, agravó los problemas. El gobierno se mostró incapaz de hacerles frente, favoreciendo así el desarrollo de movimientos de protesta entre la población y la oposición política.
Los sucesos revolucionarios empezaron el domingo 9 de enero de 1905 (según el calendario ruso). Alrededor de 200.000 personas se manifestaron pacíficamente en San Petersburgo, dirigiéndose al Palacio de Invierno para reclamarle al zar reformas políticas y mejoras en sus condiciones laborales. La represión fue brutal. El ejército disparó sobre la multitud y ocasionó centenares de muertos y heridos. La jornada fue conocida como el Domingo sangriento.
Huelgas, motines y revueltas se desarrollan a partir de entonces por los campos y las ciudades rusas. En la Marina, se sublevó la tripulación del acorazado Potemkin, en el puerto de Odessa. Muy importante fue la creación por parte de las organizaciones obreras del Soviet (consejo) de San Petersburgo, ejemplo seguido después por muchas ciudades. Se trataba del primer órgano revolucionario formado y elegido por los propios trabajadores, que dirigió las huelgas y llegó a paralizar la capital.
La respuesta del zar -el Manifiesto de octubre- consistió en anunciar una reforma política y la creación de una asamblea representativa, la Duma. También se realizaron algunas mejoras en las condiciones de vida y laborales de obreros y campesinos.
Pero las reformas se quedaron en la superficie, ya que no cuestionaban a fondo el carácter antidemocrático del zarismo. |