El soberano egipcio deseaba recuperar su tierra Santa, y se convertía así en una amenaza para los cristianos. Los cuatro estados creados por los cruzados en el Próximo Oriente vivían la amenaza constante de estar rodeados por los poderes árabes. Habría sido necesario conquistar todo el territorio de Siria y apoderarse de Egipto para conseguir la estabilidad permanente en la zona. Si aparecía un poder fuerte en la parte árabe, los estados cristianos estaban perdidos. Y ese poder apareció. Fue Saladino.
Antes que él, otro personaje daría fuerza a la lucha de los musulmanes. Se trata de Zangi, el primer "muyahid" o combatiente del Islam, que impulsó la "jihad" con un objetivo: recuperar Jerusalén. Fue Saladino quien lo consiguió en 1187, tras haber logrado rendir Damasco (1174), Alepo (1183) y Mosul (1186).
Al enterarse de estas noticias, el Papa Gregorio VIII hizo un llamamiento a la Europa cristiana para dirigirse a recuperar el Santo Sepulcro. Los monarcas más poderosos de Europa Occidental decidieron acudir ellos mimos al frente de sus ejércitos. El emperador alemán, Federico I Barbarroja inició el viaje por tierra. Los reyes de Francia e Inglaterra, Felipe II Augusto y Ricardo Corazón de León lo hicieron por mar. Federico nunca llegó, pues falleció en el camino, y su ejército se disgregó y volvió hacía su país de origen. Los otros ejércitos consiguieron en principio la retirada de Saladino, y posteriormente le infligieron algunas derrotas.
El resultado de la cruzada no fue el que se perseguía, la conquista de Jerusalén, pero por el armisticio de cinco años firmado entre Saladino y Ricardo, los cruzados pudieron peregrinar libremente a Jerusalén, y reconstruir el reino en la franja de Siria y Palestina, aunque fue más reducido y más débil militar y políticamente que el primero. Los cruzados, sin embargo, seguían en el Próximo Oriente. | 
