A pesar del predominio de la inhumación como ritual de enterramiento durante la Prehistoria, el control del fuego figura ligado a la aparición de la incineración.
A este respecto, serán la forma de los huesos y su color los rasgos distintivos que revelan si se trata de una cremación o de la acción posterior de un fuego o incendio sobre la tumba.
En este sentido, los huesos, objeto de un ritual de incineración, se deforman, se rajan transversalmente a sus ejes y pierden volumen, adquiriendo en principio un color negro azabache y, posteriormente, un color blanco, antes de estallar en fragmentos diminutos.
Por el contrario, en un fuego posterior los huesos no se deforman ni encogen, sus hendiduras son longitudinales y su color, gris más o menos oscuro, nunca alcanza el tono blanco de los huesos incinerados. |