Tras la conquista de la Baja Andalucía, los intereses de la corona de Castilla se dirigieron hacia las costas africanas y las islas. Las Canarias habían sido ocupadas en el siglo XIV por iniciativa privada. Sus pobladores, grupos étnicamente afines a los bereberes, permanecían en fases culturales muy atrasadas, posiblemente por el aislamiento al que habían estado sometidos.

El proceso de incorporación de las islas que aún no eran señoríos al comenzar el reinado de los Reyes Católicos, se inició en 1477, con el encargo al obispo de Lanzarote, Juan de Frías, de tomar Gran Canaria, objetivo conseguido para el año 1483. La siguiente misión fue la toma de la Palma, iniciada en 1492 y finalizada un año después; siguió Tenerife, donde consiguieron vencer a los guanches en 1496.

Desde 1496 el gobierno de las islas Canarias se integró plenamente en la corona de Castilla. A los indígenas canarios se les exigía no solo aceptar la soberanía de la corona de Castilla sino la conversión al cristianismo. Los colonizadores de Canarias se comportarían de manera similar a como luego lo harían los colonizadores de América, de manera que la evangelización fue paralela a la explotación y a la desaparición de grupos indígenas, especialmente durante las luchas de conquista, o a su asimilación.

Las Canarias se convirtieron en punto económico y estratégico importante. Económico porque, por el azúcar principalmente, entraron a formar parte del sistema mercantil de los reinos hispánicos, Portugal, Italia y Flandes. Eran una cadena de islas apéndice extendido de Castilla. Por otra parte, se convirtieron en puntos estratégicos del intenso comercio entre Europa y el Oeste de África.