La vocación mediterránea de la corona de Aragón había quedado de manifiesto desde el siglo XIV. Cerdeña y Sicilia formaban parte de la corona de Aragón, y Nápoles, conquistada por Alfonso V el magnánimo, hermano de Juan II y padre de Fernando el católico, había dejado como rey a su hijo Ferrante.
A la muerte de Ferrante, en 1494, a pesar de que tenía descendientes, se hicieron patentes las pretensiones de aragoneses y franceses, ambos reinos interesados en hacerse con el reino de Nápoles. Fernando el católico quiso integrar el reino de Nápoles en la corona aragonesa, pero eso le llevó a enfrentarse con su enemigo el rey de Francia, Carlos VIII, interesado también por ese territorio, del que se proclamó rey en 1495. La reacción de Fernando no se hizo esperar, pues de inmediato creó una Liga Santa en la que participaron junto a él el Papa, el emperador alemán, Milán y Venecia. El rey de Francia tuvo que abandonar el territorio napolitano, dejando allí solo unas guarniciones militares, destruidas con facilidad.
Unos años después el nuevo rey de Francia, Luis XII, volvió a intentar recobrar Nápoles. La dificultad le llevó a firmar un tratado con su enemigo Fernando el católico, el tratado de Granada. Ambos reyes llegaron al acuerdo de repartirse el territorio, la parte Norte para Francia y la Sur para Aragón. Sin embargo, las dudas sobre la aplicación del tratado condujeron a una segunda guerra de Nápoles a la que Fernando envió a D. Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán. Este insigne militar derrotó a los franceses en las batallas de Ceriñola y Garellano. |