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ANTIGUA |
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4. Roma |
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Paradójicamente, a pesar de la proximidad de Roma a la costa tirrena, su expansión en los siglos V-IV a.C. se circunscribió a los territorios de la Península Itálica, propiciando en cierto modo un tácito reparto de esferas que, a tenor de la presencia griega y cartaginesa en los asentamientos costeros del sur de la península y de Sicilia, dejaba la influencia sobre la zona marítima a las colonias griegas y particularmente a la cada vez más poderosa Cartago.
Sin embargo, el creciente ascenso de Roma y sus intereses sobre el sur de la península Itálica terminarían por quebrar la tradicional alianza con Cartago, iniciando una encarnizada rivalidad que a la postre conllevaría la pérdida progresiva del dominio cartaginés sobre el Mediterráneo occidental y la propia destrucción de Cartago a manos de Roma.
El conflicto con Cartago y, en consecuencia, la necesidad de hacer frente a una potencia eminentemente marítima evidenció en principio las carencias del estado romano en el ámbito marino y propicíó como respuesta la entrada de Roma en el escenario marítimo del Mediterráneo. Su integración en este escenario no sólo significaría con el tiempo el control del mar, sino la clave de acceso para lograr el dominio de los vastos territorios que conocemos como Imperio Romano.
En este sentido, desde la primera victoria naval en aguas de Mylae (Milazzo) en el año 260 a.C., la repercusión de determinadas intervenciones navales marcaría la expansión y consolidación del poderío romano en el Mediterráneo.
El triunfo en las islas Égadas (241 a.C.) supondría la evacuación cartaginesa de Sicilia y la posterior conquista romana de Córcega y Cerdeña, el desembarco en la costa tarraconense durante el 218 a.C. el inicio de la ocupación romana en la Península Ibérica y el arribo a costas norteafricanas en el 204 a.C. la derrota de Cartago en la Segunda guerra púnica.
En la zona oriental, a mediados del siglo III a.C. la intervención en la costa dálmata contra la piratería iliria aseguraría el trafico marítimo en el Adriático, iniciando una etapa de arbitraje que, de modo previo a la conquista, llevaría a Roma a intervenir en los asuntos de los reinos helenísticos. Sin embargo, sería la victoria naval en Actium, la que en el año 31 a.C. culmina frente a la alianza de Antonio y Cleopatra con el poder único de Octavio, abriéndole las puertas de Egipto. Los límites del Imperio quedaban prácticamente trazados.
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