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ANTIGUA |
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Además de la finalidad comercial que nunca desaparecería, con el tiempo la adopción de técnicas de navegación más avanzadas -la conjunción de velamen, quilla y timón- la experiencia de la exploración y el conocimiento de otras tierras darían lugar en el I milenio a.C. a migraciones masivas y traslados definitivos de población, quizás obligados por las circunstancias internas de su asentamiento originario y atraídos por los nuevos descubrimientos.
Migraciones que condujeron a fenicios de distintas ciudades-estado a abandonar la costa del Mediterráneo Oriental para asentarse y fundar distintos enclaves costeros en Occidente, Cartago y Lixus en el Norte de Africa, Gadir en la península Ibérica, Tharros en Cerdeña...
También los habitantes de algunas poleis griegas seguirían la ruta
mediterránea, protagonizando primero el origen de factorías comerciales
y después el fenómeno colonial de mayor envergadura en la antigüedad,
con la fundación de colonias en los lugares de emplazamiento más estratégico
de las costas mediterráneas.
La impronta de aquellos viajes, los avatares de la navegación y particularmente el nuevo hombre griego, que frente al circunscrito al tradicional y cerrado mar Egeo, demuestra una gran avidez de conocimientos, un ansia de contactos con pueblos y tierras desconocidas hasta entonces y el interés por el otro obtiene su reflejo más certero en la literatura clásica y el testimonio más lúcido en la Odisea.
Y el Mediterráneo se convertiría en escenario de conflictos entre aquellos y otros pueblos, pues a la posesión de enclaves costeros estratégicos pronto se sumaría el interés por el control de las rutas marítimas, cuya dominio suponía en definitiva la llave de acceso a determinados territorios.
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