A finales del siglo III a. C. los romanos pusieron el pie en la Península Ibérica. Lo que en principio era una lucha entre Cartago y Roma que tenía uno de sus escenarios en Iberia, pronto se convirtió en un territorio de interés para los romanos que consiguieron dominarla aunque tras un largo proceso de conquista. La Península se convirtió en una pieza más del imperio romano, que se encargó de explotarla económicamente, pero al mismo tiempo los habitantes de este territorio se beneficiaban de los avances culturales que les aportaron sus conquistadores: un importante legado cultural y artístico, conocido como romanización.
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