La vida de este numeroso grupo de marginados oscilaba entre el campo y la ciudad. Se dedicaban a ocupaciones temporarias e intermitentes, o bien a la mendicidad, la prostitución, el contrabando... También eran desertores, bandidos o perseguidos de la justicia o la Inquisición.
En general vivían errantes, pero algunos podían llegar a instalarse en el campo, en las afueras de las aldeas o al borde de las ciudades.
Cuando se producían crisis de subsistencia o epidemias, estas masas se volcaban sobre los caminos con su miseria, extendiendo la enfermedad de la que huían y sembrando el terror. Se sumaban a las revueltas populares por carestía o a cualquier revuelta social.
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