La Dictadura cayó más por su fracaso político que por la fuerza de sus opositores.
En sus comienzos, la oposición se limitó a algunos representantes de la “vieja política” (liberales y conservadores). En cuanto al movimiento obrero, la oposición de los anarcosindicalistas fue liquidada de forma contundente y rápida.
Más importancia tuvo la oposición de los intelectuales. Al principio fueron pocos. El más destacado fue Miguel de Unamuno, cesado en sus cargos académicos y desterrado a Fuerteventura. Huyó y se refugió en Hendaya -en la frontera francesa-, desde donde hostigó sin descanso a la Dictadura. Otros intelectuales, como Marañón, fueron únicamente multados.
A partir de 1927, esta actitud intelectual conectó con un movimiento estudiantil organizado en la Federación Universitaria Escolar (FUE), que protagonizó protestas. En 1929 el Gobierno cerró varias universidades, y varios profesores (Ortega, Fernando de los Ríos,...) renunciaron a sus cátedras en solidaridad.
Los grupos republicanos, muy divididos y dispersos, se fueron reorganizando. Lerroux creó la Alianza Republicana y Azaña fundó Acción Republicana.
Surgieron disensiones en el propio ejército. Los artilleros se opusieron a la modificación en el sistema de ascensos y fueron disueltos.
Finalmente, en 1929 los socialistas se apartaron de la colaboración y se decantaron con claridad por la salida republicana.
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